Una mujer yace en una mesa parcialmente cubierta por un lienzo blanco. No superará los 30 años. Un abundante cabello rojizo y rizado cae sobre un rostro que, aunque no logramos ver en totalidad se adivina hermoso. Su piel plateada y macerada, resalta en una sala a oscuras, parcialmente iluminada por un halo de luz que tímidamente penetra por una pequeña ventana que hay frente a ella. Su pecho está abierto y su corazón apenas a una cuarta de su cuerpo, descansa en las manos de un hombre con barba canosa, que lo admira y reflexiona sobre los misterios de la vida y de la muerte. La escena referida se encuadra en un lienzo sin par. Se titula «Una autopsia» (Roma, 1890) y su autor es Enrique Simonet. Sin embargo es más conocido por el sobrenombre «Y tenía corazón».

La primera vez que oí hablar de este cuadro fue en el colegio, aunque no fue hasta la adolescencia, cuando entre mis opciones de futuro destacaba ya la de dedicarme a la medicina, cuando lo vi por primera vez. El cuadro era muy conocido. Se destacaba su crudeza y lo difícil que era mantenerse impasible ante la escena que retrataba. Lo primero que impresiona al espectador son las dimensiones (177x 291 cm). Allí delante, uno se siente pequeño y sin poder evitarlo, se adentra en esa sala de autopsias de finales del S. XIX. En una primera mirada, la escena está dominada por la chica; al verla es inevitable reflexionar sobre la tragedia de una vida sesgada en su plenitud. Según parece, un Simonet de 27 años que se encontraba formándose en Roma, empleó como modelo el cadáver de una actriz fallecida por causas no aclaradas. Detalles como su juventud y su belleza contrastan con la blancura de su piel mortecina o la flaccidez de sus miembros. En un segundo plano se aprecia también el rostro de un médico anónimo, anciano, paralizado por la visión de aquel corazón joven, aparentemente sano y sin embargo, muerto.
Por aquellos días, quien sería uno de mis futuros profesores de Anatomía, D. José María Smith- Ágreda, acudió a nuestro colegio a darnos una charla informativa sobre las bondades y dificultades de la profesión de la medicina y de la dureza de la carrera. Era el año en que teníamos que decidirnos por ciencias o letras. El Dr. Smith, y cualquier estudiante de Málaga lo sabe, no era un profesor cualquiera. Alto, de aspecto imponente y voz grave, con barbas canas y gafas de gruesos cristales transmitía un aire clásico que se reafirmaba con su forma única de impartir las clases; dibujando. Los estudiantes en primero quedábamos marcados por sus clases donde la ciencia y el arte fluían a la par transmitiendo un conocimiento nuevo para nosotros, abriéndonos los ojos a los misterios de una anatomía con la que conviviríamos siempre. Después, en las horas de prácticas, el Dr. Smith nos explicaba todos aquellos conceptos abstractos sobre el cadáver. Ver al Dr. Smith explicando la anatomía del cuerpo humano en la sala de disección, era como ver el cuadro de Simonet en vida.
En las salas de Anatomía muchos médicos nos enfrentamos por primera vez a la muerte, que deja de ser algo conceptual para convertirse en algo palpable. La disección de los cuerpos durante la etapa de estudiante es una de las experiencias que más marcan la vida de un médico. Tras los nervios de las primeras sesiones, el estudiante acaba familiarizándose con el proceso y predomina el aspecto científico del mismo, que tiene que ver con la identificación de las estructuras anatómicas y sus funciones. Para muchos de los estudiantes de medicina de Málaga esa primera experiencia estuvo inevitablemente acompañada del arte. Nos pasábamos las tardes dibujando y pegando las estructuras anatómicas, construyendo los órganos de los sentidos, el cráneo, el soma o el retrosoma sobre el llamado Belorcio o Atlas de reconstrucciones humanas (ver imagen abajo), obra del propio Dr. Smith-Agreda y herramienta de gran valor docente y artístico. Y así, de mano del arte, nos introducíamos en los misterios de la Anatomía y de la Medicina.
Con los ojos de la experiencia, he vuelto a ver el cuadro, ubicado ahora en el nuevo museo de la Ciudad de Málaga. La obra ha estado muchos años oculta a los ojos del público durante el proceso de renovación del museo y ahora se puede ver en una sala junto con otras piezas del mismo Simonet. Con estos nuevos ojos, la vista ya no se detiene en el cadáver como antaño. Ahora, se detiene en los ojos del médico, detrás de sus gafas y mirando aquel corazón. Y entiendes como debe sentirse, reflexionando sobre como la vida depende de algo tan pequeño y a la vez tan complejo. Pero a la vez compartes el interés científico, que hay detrás de esa mirada, y te preguntas si no está encerrado en ese órgano el misterio de la causa de la muerte de la chica. Y empiezas a buscar signos de insuficiencia cardiaca, y observas el abdomen distendido casi adivinando la silueta de un higado estásico y unos pies edematosos quizás motivados por un fallo cardiaco derecho.
Sirva esta entrada de inicio de una serie de posts sobre la importancia del arte en la formación médica, así como homenaje al Dr. Smith Agreda que con su arte iluminó los ojos a aquellos médicos que en su día tuvimos la fortuna de pasar por su aula. Os dejo con un video del acto honorífico dirigido al profesor que recientemente se realizó en el Colegio de Médicos de Málaga. ¡Sólo para nostálgicos!
enhorabuena por tan hermosos articulo
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