Me encontré con este cuento por casualidad, cuando un generoso lector lo recomendó en una aportación en la entrada «Libros para médicos». Lo tenía relegado, esperando una ocasión propicia para introducirme en ese universo de pesadilla, angustioso y aparentemente absurdo que ya había vivido cuando acompañé en mis lecturas a Gregorio Samsa y su terrible transformación en… ¿insecto?. Se trata de Kafka y su pequeño cuento: «Un médico rural».

El argumento del cuento es sencillo. Un médico rural llega su domicilio, al final de su jornada diaria. Es de noche y una tormenta de nieve descarga sobre el lugar. Cuando ya se dispone a acomodarse al calor de su hogar recibe un aviso. La familia de un enfermo reclama su asistencia. El paciente está muy afectado y se teme por su vida. Sin embargo, este se encuentra a una considerable distancia y el temporal convierte en una heroicidad cualquier desplazamiento. A partir de aquí, comienza un relato donde se mezclan dos realidades. Por un lado aquella que presuponemos real pero que recibimos distorsionada por el particular matiz del observador. Por el otro, las reflexiones, pulsiones y remordimientos que castigan a este médico que vive un conflicto interno entre lo que debe hacer, lo que se espera que haga y lo que quiere hacer. Estos tres impulsos, como si de cuerdas se tratasen, tensarán el estado anímico del protagonista, torturándose por su impunidad frente al sufrimiento ajeno, por sentirse agotado y ansiar el descanso. Al comienzo del relato Kafka nos presenta al diablo quién, como en Fausto tentará al protagonista, incitándolo hacía la toma de unas decisiones fatídicas y cobrándose la correspondiente compensación por sus servicios. Durante el cuento Kafka recrea una atmósfera de pesadilla, y la experiencia del encuentro clínico se torna desagradable para el paciente, para sus familiares y para el propio médico que se ve atrapado por sus obligaciones y el juramento con el que se comprometió con la humanidad.
Leyendo esta historia , me acordé de Sisifo. El semi Dios que desafió a Zeus con su sabiduría y conducta, y que como Promoteo, acabó condenado en el Hades a subir una roca a lo alto de una colina para una vez finalizada esta tarea ver como esta caía, y comenzar nuevamente. Para mayor sufrimiento, Zeus privó a Sisifo de la vista, por lo que su vida estaría ausente de cualquier tipo de placer, exceptuando esos pequeños instantes en los que se sabía con la tarea finalizada, justo antes de volver a empezar.

La aplicación del mito de Sisifo a la medicina es sólo una entre muchas posibles. Sin embargo, la profesión médica tiene la particularidad de que a sus profesionales, se les presupone una total abnegación a un trabajo eminentemente vocacional. Sin embargo, a veces puede olvidarse que el médico es además de profesional, también una persona y que de sus necesidades existenciales se deriva el impulso vital de darles satisfacción en una lucha emocional entre el poder, el deber y el querer.
Finalmente, «Un médico rural» guarda también un mensaje interesante desde la perspectiva del diagnóstico. Cuando el protagonista atiende a su paciente se decepciona y enfada por lo que entiende como una llamada no justificada. Banaliza el estado del paciente y busca explicaciones pueriles para explicar su estado. Sólo el estupor de los familiares que no entienden como el médico no es capaz de ver lo evidente, le permite percatarse de la presencia de una herida infectada con un pronóstico infausto. Esta idea enlaza con el contenido desarrollado recientemente en un post anterior de este mismo blog.
Aunque onírico, metafórico y abstracto en ocasiones, creo que el cuento de Kafka, merece la pena leerse. Es una historia alegórica, que moviliza, presumo, los sentimientos más profundos de cada lector, ofreciendo diferentes visiones e interpretaciones. Aquellos que se anime podrán encontrar el texto del cuento en el siguiente enlace.
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